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Aquí se propone el empleo, no de dados con números o incisiones en sus diversas caras y en proporciones aproximadas de representación pieza-dado, como en aquéllos, sino de dados en cuyas caras estén representadas todas las piezas en juego, en proporción exacta e individualizadas.
La singularización de las piezas –especialmente con campos heráldicos monocolores sin carga, como en esta edición– y su representación en las cartas es aplicable a los dados, sustituyendo las cartulinas por las caras o llanas de estos, si bien el número limitado de poliedros regulares existentes, cinco, va a condicionar las posibilidades, en relación al ajedrez actual de dieciséis trebejos por bando.
Entendemos que deben desecharse, en la práctica, los dados de cuatro caras o tetraedros por su excesiva angulosidad y casi nula capacidad para rodar, así como por necesitarse en número de cuatro.
El juego completo de dados se compone, pues, de un icosaedro, dos dodecaedros, tres hexaedros y dos octaedros, pudiéndose practicar, usándolos en distintas combinaciones, numerosas variaciones, así como sistemas mixtos con o sin cartas, juegos forzados, juegos con dado de combate, etc.
Otra posibilidad consiste en usar dos octaedros, uno para las ocho piezas mayores y otro para los peones, por ejemplo. Lanzados los dados, el jugador elige cuál de las dos piezas representadas quiere mover. O bien, si se conviene en jugar dos piezas por turno, y se dispone de ellas sobre el tablero, mover ambas (una aplicación de la manera marsellesa de Albert Fortis).
La utilización de dos dodecaedros permite jugar como con los octaedros y deja, además, cuatro caras libres por dado, que ocupamos con comodines, pudiendo establecerse movimiento libre con la aparición de dos comodines o de uno solo.
En las dieciocho caras de los tres hexaedros figuran las dieciséis piezas y dos comodines. La forma de jugar con los tres dados cúbicos, como puede deducirse, es semejante a la expuesta para los octaedros y dodecaedros.