Poeta anárquico, lector desordenado y filólogo por la Universidad de Barcelona a mediados de los 70, comparte tendencias vanguardistas y estéticas con otros poetas de la década. También forma parte del club de escritores generacionistas que hizo posible quert poiuy, primer intento de revista literaria –y libertaria– de esta universidad.
El descubrimiento del SUR durante el año de servicio militar en Córdoba y Tarifa, le hace alejarse de «la superestructura literaria» –como la definía– de la universidad y del mundo cultural que la rodeaba.
En 1978 se traslada a un pueblo escondido en la sierra de Huelva donde escribirá los que él consideraba sus mejores poemas y que reúne en Diwan del Cuchillar. Son años en los que vive en medio de la naturaleza y volcado en la escritura. Traduce a Rimbaud, Baudelaire y Kavafis. Versiona El Cantar de los Cantares y 40 Suras del Koran o La Lectura. En 1982 autoedita El Zoco sin Compradores, antología de poemas de Al-Andalus.
El escepticismo y una feroz autocrítica le alejan de la escritura: «¿Qué hay de reprobable en que aquel que va al silencio, nos deje el silencio...?».
Como su admirado Kafka, pasará 25 años trabajando como funcionario en una pequeña ciudad de provincias, en Granada. A lo largo de estos años, solo breves poemas: imágenes como destellos, captadas y descritas con el menor número de palabras posibles: «Mayo en los trasluces, nieva polen…». Pierde el interés por publicar y archiva sus escritos. El ajedrez, la historia y el análisis político llenan sus últimos veinte años. Casi al final de su vida, acepta el encargo de su hija de traducir las Aventuras de Alicia bajo Tierra. Serán tres años dedicados –obsesivamente– al intento de descubrir los enigmas del relato de Carroll.
Pero ya son demasiadas palabras para intentar definir a este hombre que se aferraba al silencio y que, a pesar de ello, tenía tanto por decir…
Y siempre y siempre y otra vezcomo los héroes aquellos del Walhallaal tablero regresan las piezas de ajedreza revivir nuevamente en la batalla
Nos queda su recuerdo, siempre con un cigarrillo entre los dedos y los Cantares de Ezra Pound acompañándole en sus viajes. Nos queda su palabra que, en ausencia de su autor, tendrá que abrirse paso –o enmudecer– en soledad.E. M. G. S.